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Cómo funcionan las redes globales terroristas

Escribe: Guillermo Rodríguez González*.-

Cómo funcionan las amplias redes globales terroristas de ultraizquierda (Archivo)

Son redes de agitación, propaganda, subversión y terrorismo con nodos organizados que desarrollan actividades legales o ilegales, legitimas o criminales, caritativas o terroristas, en una red global que extienden círculos concéntricos de influencia sobre el socialismo en sentido amplio.

La larga y sangrienta historia de los nodos y enseñas claves de agitación, subversión y terrorismo contemporáneo se remonta frecuentemente a principios del siglo pasado.

Antifa, por ejemplo, es la heredera directa de una organización pantalla producto de la cooperación entre los partidos comunistas alemán e italiano, bajo supervisión soviética, en los años 30 del siglo pasado.

La crearon para atacar la más exitosa competencia que el poder soviético enfrentaba por el control del socialismo en sentido amplio en el mundo.

El competidor principal era el nacionalsocialismo alemán, pero fascismo fue el término genérico a imponer a la izquierda global –mediante redes de agitación y propaganda soviética con anillos concéntricos de influencia en el socialismo en sentido amplio– tomando al más débil de los dos enemigos –aliados entre sí– como truco de propaganda.

Lo que alguna vez expliqué sobre los efectos de la caída del imperio soviético en las redes internacionales de agitación, propaganda, subversión y terrorismo que controlaba el Comintern Iberoamérica es, mutatis mutandis, valido al mundo entero en diferentes grados.

Las redes sobrevivieron al imperio al que servían, siguieron adelante por cuenta propia hacia los mismos fines, destruir al capitalismo e imponer un totalitarismo socialista. Libres de la ortodoxia soviética –aunque procuran conservarla en lo posible– tomaron de herejías marxistas más de lo que habría digerido el poder soviético.

Pero las actuales redes de agitación, propaganda, subversión y terrorismo de la ultraizquierda global son producto directo –o copias al carbón– de la teoría y prácticas soviéticas, su organización, métodos, propaganda, agitación, estrategia, táctica, e incluso usos y costumbres son herencia soviética.

Excepto por las novedades en teoría y táctica del neomarxismo de Frankfurt, devenido en nueva ortodoxia para nuevos tiempos. La clave de lo que solemos denominar marxismo cultural no es su larga y compleja historia como herejía del dogma marxista desde los años 30 del siglo pasado, sino que llevó a las últimas consecuencias su solución al problema de la desaparición material del proletariado como agente histórico designado de la acción revolucionaria –en realidad como potencial sujeto de manipulación por intelectuales marxistas organizados en partidos revolucionarios– que fue la identificación gradual de nuevos “agentes históricos” en un gran giro interpretativo del dogma mediante el que la infraestructura ya no crea su superestructura y reconocen, de hecho, los nexos causales mayormente contrarios.

Y digo “de hecho” porque mucho de la teoría neomarxista es pomposa palabrería para afirmar que no están diciendo lo que están diciendo realmente. Y asumirlo sin admitirlo.

Ahorrémonos el resto de palabrería en su neolengua, pero no sin advertir que la teoría neomarxista se concentra justamente en deshacer la lengua, historia y cultura para rehacerlas en neolengua y desinformación mediante lo que denominan deconstrucción.

Y es revelador que para entender lo que realmente dicen sus teóricos sea tan útil remitirse a la especulación literaria de Orwell y Huxley. La nueva ortodoxia neomarxista postula la intercesionalidad y transversalidad para multiplicar ad infinutum su agentes revolucionarios y conflictos dialecticos de significado histórico –en el sentido dogmático y falso que historia tiene para todo marxismo–.

Infinitos conflictos existentes, o creados ad hoc, en un maremágnum de teoría racista inversa con teoría de género –anticientíficas, excepto en el falso sentido dogmático de todo marxismo para ciencia– para sacar adelante mediante la agitación y propaganda una lucha interminable de todos contra todos mediante la que los nodos claves de esas difusas y cambiantes redes aspiran a imponer finalmente el totalitarismo socialista.

Esa es una clave. La otra es que son difusas y cambiantes redes con el potencial que en materia de agitación les da su táctica de interseccionalidad y transversalidad alimentadas por la deconstrucción.

Cuando el supremo mascarón de proa y cortina de humo de la ultraizquierda criminal afirma que algo como Antifa es “una idea y no una organización” proclama el éxito de la estrategia de las redes organizaciones pantalla que manejaban el poder soviético. Y copian estos.

Antifa es, como mencioné al principio, una organización pantalla de larga data, y hoy una red de agitación, propaganda, subversión y terrorismo con nodos organizados bajo su propia enseña, o bajo otras banderas que sirven de pantallas a pantallas, desarrollando actividades legales o ilegales, legitimas o criminales, caritativas o terroristas, en redes que se extienden en círculos concéntricos de influencia sobre el socialismo en sentido amplio del que reclutan, desde activistas a simpatizantes y desde tontos útiles claves por su influencia comunicacional, hasta simples agentes de propaganda de marca por mera moda.

Y esa red interactúa con otras similares en todo el mundo, en una flexible red global que incluye de gobiernos socialistas a organizaciones criminales, unidos por mera conveniencia ocasionalmente y casi siempre por un enemigo y objetivo final en común.

Es lo que explica que un nodo legal de apariencia legítima como una escuela de estudio de la teoría neomarxista en un punto cualquiera de Hispanoamérica fuera señalada como la que hizo posible el contacto que llevo a la narcoterrorista farc a entrenar futuros terroristas de un incipiente y muy minoritario esfuerzo ultraizquierdista por manipular a la comunidad mapuche de Chile, para la agitación, propagada, subversión y violencia terrorista.

Como explica que un nodo de agitación tan efectivo como BLM, pantalla a su vez de la red antifa de los EE. UU., mostrase tempranamente a una de sus fundadoras –marxista entrenada como ella misma presume– apoyando activa y eficazmente la tiranía de Maduro en Venezuela. E incluso que sus nodos de apariencia más legítima capturen ingentes recursos de donaciones filantrópicas de corporaciones, que temen la cultura de la cancelación, o que apuestan por la agenda globalista. Se dice que Lenin alguna vez bromeó afirmando las cuerdas para colgar a todos los burgueses se las venderían ellos mismos. Hoy no las venden, las donan. Así funcionan. Y les funciona. Por eso serán difíciles de derrotar. Pero para llegar a eso tenemos que empezar por entender completamente al enemigo como realmente es. Nos guste o no.

* Guillermo Rodríguez González, es investigador del Centro de Economía Política Juan de Mariana y profesor de Economía Política en el área de extensión de la Facultad de Ciencia Económicas y Administrativas de la Universidad Monteávila, en Caracas, Venezuela.

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