https://visiondeltolima.com

“Dios mío, por qué me has abandonado”

Escribe: Luis Hernando Granada C.

Estamos en el punto más álgido de una pandemia llamada Covid-19, y justamente en Semana Santa, vale la pena analizar el salmo 22 que recitó el Mesías en la Cruz, que, según el análisis, no fue un grito de desesperación.

Veamos el Salmo, ungrito de angustia y un canto de alabanza:

22 Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?

2 Dios mío, clamo de día, y no respondes;
Y de noche, y no hay para mí reposo.

3 Pero tú eres santo,
Tú que habitas entre las alabanzas de Israel.

4 En ti esperaron nuestros padres;
Esperaron, y tú los libraste.

5 Clamaron a ti, y fueron librados;
Confiaron en ti, y no fueron avergonzados.

6 Mas yo soy gusano, y no hombre;
Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.

7 Todos los que me ven me escarnecen;
Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo:

8 Se encomendó a Jehová; líbrele él;
Sálvele, puesto que en él se complacía.

9 Pero tú eres el que me sacó del vientre;
El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre.

10 Sobre ti fui echado desde antes de nacer;
Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.

11 No te alejes de mí, porque la angustia está cerca;
Porque no hay quien ayude.

12 Me han rodeado muchos toros;
Fuertes toros de Basán me han cercado.

13 Abrieron sobre mí su boca
Como león rapaz y rugiente.

14 He sido derramado como aguas,
Y todos mis huesos se descoyuntaron;
Mi corazón fue como cera,
Derritiéndose en medio de mis entrañas.

15 Como un tiesto se secó mi vigor,
Y mi lengua se pegó a mi paladar,
Y me has puesto en el polvo de la muerte.

16 Porque perros me han rodeado;
Me ha cercado cuadrilla de malignos;
Horadaron mis manos y mis pies.

17 Contar puedo todos mis huesos;
Entre tanto, ellos me miran y me observan.

18 Repartieron entre sí mis vestidos,
Y sobre mi ropa echaron suertes.

19 Mas tú, Jehová, no te alejes;
Fortaleza mía, apresúrate a socorrerme.

20 Libra de la espada mi alma,
Del poder del perro mi vida.

21 Sálvame de la boca del león,
Y líbrame de los cuernos de los búfalos.

22 Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación te alabaré.

23 Los que teméis a Jehová, alabadle;
Glorificadle, descendencia toda de Jacob,
Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.

24 Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,
Ni de él escondió su rostro;
Sino que cuando clamó a él, le oyó.

25 De ti será mi alabanza en la gran congregación;
Mis votos pagaré delante de los que le temen.

26 Comerán los humildes, y serán saciados;
Alabarán a Jehová los que le buscan;
Vivirá vuestro corazón para siempre.

27 Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra,
Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti.

28 Porque de Jehová es el reino,
Y él regirá las naciones.

29 Comerán y adorarán todos los poderosos de la tierra;
Se postrarán delante de él todos los que descienden al polvo,
Aun el que no puede conservar la vida a su propia alma.

30 La posteridad le servirá;
Esto será contado de Jehová hasta la postrera generación.

31 Vendrán, y anunciarán su justicia;
A pueblo no nacido aún, anunciarán que él hizo esto.

Según el Papa Benedicto XVI, la exclamación de Jesús durante la agonía, recogida por los evangelios, “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”, no fue un grito de desesperación, sino el comienzo de uno de los salmos más profundos del salterio, que Él, como buen judío, conocía muy bien.

El salmo 22 –dijo el Papa–, constituye “una oración sincera y conmovedora, de una densidad humana y una riqueza teológica que lo convierten en uno de los Salmos más rezados y estudiados de todo el Salterio”.

En boca de Jesús, este “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” expresa “toda la desolación del Mesías, Hijo de Dios, que está afrontando el drama de la muerte, una realidad totalmente contrapuesta al Señor de la vida”. “Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmo”, recalcó

Benedicto XVI.

“Este Salmo nos ha llevado al Gólgota, a los pies de la cruz, para revivir su pasión y compartir la alegría fecunda de la resurrección”.

Pero trasladándonos a la actualidad, ¿tendrán razón aquellos que se quejan de todo y por todo y niegan la existencia de Dios?

Está claro que esto ya nos cambió la vida, que nafa volverá a ser lo mismo, que el número de pobres aumentará al igual que los muertos, pero sobre esa base, triste y lúgubre, lo mejor es mirar qué tenemos, que queremos y cómo nos vamos a reconstruir de nuevo. Pero la solución no es pedir, no es implorar, no es querer todo reglado.

En medio de la cuarentena y la carencia de recursos que esto ocasiona, los lamentos son múltiples y siempre enfocados hacia la mendicidad, como si ese fuera el único camino: “Que el gobernó no me ha dado nada”… “Que ese mercado no sirve para nada”… “Que se están robando todo”… “Que el gobierno es un tal por cual”… etc., etc. Solo lamentos, peticiones, quejas.

No me parece, no lo acepto, porque cada cual recibe en proporción a lo que se merece. Por lo general estas personas que se quejan, siempre viven esperando milagros, que alguien les dé, el gobierno, el vecino, la tía, la suegra, cualquiera que se compadezca de ellos.

Si bien es cierto que los gobiernos están obligados, por ley, a garantizar la seguridad ciudadana, la salud, la educación, todo tiene sus límites, y como lo dije antes, debemos analizar qué tenemos, qué queremos y sobre qué base podríamos construir un futuro.

Admirables ejemplos nos están dando algunos ciudadanos: Un abogado en Sucre que quedó sin ingresos, decidió aprender a hacer sombreros vueltiaos y ahora se sostiene vendiéndolos a sus amigos; una empleada del Sena y que vive en un conjunto cerrado,  decide vender almuerzos y así se ha sostenido; otra joven, mecánica industrial, aprendió a elaborar dulces a base de café y le ha ido muy bien; una secretaria que jamás ha  tenido entre sus manos una aguja, aprendió a tejer en lana y vende ahora escarpines, zapaticos, mitones y hasta sacos y bufandas de lana; un arquitecto que no puede trabajar en sus obras, ahora se dedicó a elaborar u vender maquetas de edificios y casas en escala; otra familia está viviendo de hacer y vender empanadas, y esto es un claro ejemplo que debemos reinventarnos, hacerle una reingeniería a la vida y seguir adelante.

Son personas que piensan con la cabeza, que son responsables y que no cometen los errores que otros, invadidos por la vanidad y el egocentrismo, a pesar de no ganar más allá del mínimo, manejan dos y hasta tres tarjetas de crédito, o como los vigilantes que ganándose un mínimo se compran un celular de tres millones de pesos y lo pagan suaves cuotas durante tres años.

Y son precisamente estos seres los que se sienten abandonados por Dios, castigados por Dios, pero que, a cambio de estudiar, de ponerse a hacer algo útil, están pasando la cuarentena no propiamente estudiando sino videos estúpidos, chateando y hasta consiguiendo pareja virtual, mientras la nevera sigue vacía, los recibos de servicios públicos siguen esperando y los bolsillos cada vez más limpios. No quieren entender que nada es gratis, que todo no los debemos ganar, que las estrategias de los bancos, las empresas de servicios públicos y los grandes almacenes no son más que estrategia de alivios ficticios y engañosos.

Sin embargo, muchos dicen que son libres, que pueden hacer lo que se les dé la gana y vivir como quieren.

Sigan así, háganlo, sigan adorando y venerando ídolos de barro, pero jamás vuelvan a expresar: “Dios mío, por qué me has abandonado”

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *