Escribe: Diana Esperanza Guzmán
Oprimir al pueblo es envenenarlo en contra del país, de sus fuerzas militares, de su gobierno y de su justicia para luego “venderle” unos cuantos “protectores que los representen” organicen marchas, bloqueen el crecimiento del pueblo y hasta lleguen a utilizar el vandalismo como una estrategia de manipulación, y finalmente, extorsionando al estado se llenan sus bolsillos esos “salvadores”, aceptando acuerdos donde el pueblo sigue igual o peor de abatido.
El asunto es que no debemos esperar promesas, y menos de personajes siniestros carentes de ideas y de proyectos sanos para el país. Debemos actuar, no siendo cómplices de los corruptos, ni permitiendo a nuestros hijos acciones corruptas por inofensivas que parezcan.
Exijámosle al Estado por medio de los mecanismos legales e individuales que tenemos, el cumplimiento de sus deberes y denunciemos y hagámosle seguimiento a las denuncias.
Pero sobre todo no detengamos al país, hagamos patria desde nuestro hogar, y eso no se logra golpeando estúpidamente una cacerola.
Recordemos las matemáticas básicas: una minoría no puede repartir a una mayoría que no hace más que esperar que le den, porque lo que hay que buscar es el modo y la forma de crear el cambio.
El nido de la corrupción está en las casas, porque con el silencio y la resignación, estamos cayendo en la trampa de los revoltosos. Y esa “trampa” por pequeña que parezca solo ayudará a fomentar la corrupción.