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La ciencia y la tecnología mantienen al mundo conectado

Escribe: Marco Casarin.-*

Ante la emergencia de salud pública, varias reflexiones hacen pensar que, cuando volvamos a la “normalidad”, nada será como antes.

Cuando esta crisis pase, saldremos del aislamiento transformados intelectual, emocional, espiritual y socialmente. La emergencia sanitaria global, que limita y desafía, ha dejado en evidencia que todos somos iguales. Países ricos y pobres, personas de todas las razas, credos, niveles de poder y riqueza, todos resultamos igual de vulnerables. La naturaleza nos está demostrando que es inútil dividir y subdividir a la sociedad en pequeñas tribus, todos pertenecemos a la humanidad. No habrá un mayor ejemplo de diversidad e inclusión; el orden natural nos ha dado la evidencia irrefutable.

A nivel individual, la coyuntura nos hace cuestionar si dedicar la mayor parte de nuestra energía a labores profesionales y entornos sociales orientados al consumo generan bienestar, o si balancear los ámbitos familiares, sociales y personales no sería un camino más provechoso. Desde lo colectivo, ese enemigo invisible nos recuerda que todos estamos conectados, que compartimos un espacio donde la acción individual tiene un impacto. En el aislamiento de nuestras casas aún somos un colectivo, y lo que decidamos hacer individualmente impacta a los demás. Una realidad imposible de ignorar.

Nuestra cultura del trabajo también se verá transformada. Semanas de reuniones virtuales y colaboración a distancia harán que el trabajo remoto y la productividad medida en resultados –y no por horas presenciales–, sean una realidad de la cual difícilmente regresaremos. La transformación cultural ha sido el principal obstáculo a nuevos modelos de trabajo que los millenials reclaman desde hace algún tiempo. Este experimento involuntario transformará la lógica de muchas organizaciones, y no será necesariamente una decisión de las directivas, será una expectativa –ahora sí fundada en la evidencia y la experiencia– del talento disponible.

Si estamos enterados de cómo se desarrollan los acontecimientos afuera, sabremos que tampoco volveremos a valorar igual la innovación, la tecnología y la ciencia, que son los sectores que han mantenido funcionando los sistemas de salud, los hospitales, los negocios, la educación, los servicios del Estado y la banca. Han permitido secuenciar el genoma del virus, comprender sus patrones de contagio, monitorear a los enfermos, evaluar la eficacia de las medidas adoptadas y generar colaboración entre quienes están buscando una cura.

La ciencia y la tecnología son lo que ha mantenido al mundo conectado, productivo y esperanzado.

Tal vez esto nos permita tener una mirada nueva, comprender que la tecnología es una herramienta y el uso que le demos es lo que definirá si es buena o mala. Sin la computación inteligente, ubicua, las nubes públicas e híbridas y la inteligencia artificial, y el hiper-cómputo, hoy no solo estaríamos enfrentando un problema de salud pública, tendríamos un problema de salud mental, parálisis productiva y desabastecimiento de alimentos e insumos básicos. El resultado sería la oposición social y desobediencia al aislamiento para cubrir necesidades básicas, lo cual aumentaría exponencialmente el número de contagios y fatalidades, generando el colapso de la infraestructura social.

Este momento sin precedentes nos lleva a reflexionar si estamos creando la infraestructura científica y tecnológica correcta, con la financiación que requieren las mentes brillantes que la impulsan. En la nueva normalidad debemos dotarles de los recursos para que encuentren soluciones a los retos actuales y futuros, y convertirlos en un modelo aspiracional para las nuevas generaciones. Sobre ellos deberían hacerse series y entrevistas. De sus legados, libros y de su resiliencia, un ejemplo para todos.

Y esta no es una reflexión limitada a países y gobiernos. En el sector empresarial queda claro que quienes invirtieron en su transformación digital han sido más resilientes que quienes no lo hicieron. Los que la aplazaron han adoptado soluciones improvisadas y riesgosas que habrá que mejorar, a un costo de oportunidad mucho más alto. Para algunas empresas consolidadas, los desafíos actuales podrían enfrentarlos a la paradoja de haber perdido el espíritu emprendedor e innovador que las llevó a donde están, y la coyuntura los ha encontrado únicamente operando, sin innovar.

Seguramente los emprendimientos que nazcan en esta época tendrán mentalidad emprendedora permanente.

Quedará la asignatura pendiente de entender que ya no basta con adoptar tecnología: la evolución de la transformación digital como la conocemos es la Intensidad Tecnológica, el desarrollo de propiedad intelectual sobre tecnología existente, inventar sobre lo ya inventado. Y para ello no se requieren grandes capitales o infraestructuras. La tecnología se democratizó, y un emprendimiento o una gran corporación tienen acceso a los mismos recursos, soluciones e infraestructura. La diferencia estará en su capacidad de crear innovación que los haga únicos sobre plataformas con garantías de privacidad, seguridad y residencia de los datos.

Esta coyuntura pasará. Con lo doloroso que resulta ver los efectos devastadores que ha tenido y los que vendrán, queda esperar que podamos salir con aprendizajes, siendo distintos. Es imperativo que sea la ocasión para hacernos las preguntas correctas, desde lo personal, hasta lo profesional, lo individual y colectivo. Sin duda sería un grave error a partir de esta experiencia, no entender que tenemos la responsabilidad de construir una nueva normalidad, y que de nosotros dependerá si será mejor y más incluyente, o peor que la anterior.

* Gerente general de Microsoft Colombia

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