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La izquierda fascista se viste de protesta social

Escribe: Andrés Villota*.-

Las protestas sociales solo se dan en países democráticos. (Foto: Flickr)

Siempre hubo quienes tapan la miseria y la falta de libertad del pueblo cubano con el manto triunfalista de los logros ficticios de la revolución.

“La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; y yo estoy aquí para gritar”. Tal fue una de las primeras declaraciones que hizo el escritor e intelectual cubano Reinaldo Arenas cuando llegó a los Estados Unidos después de haber sido embarcado por error en uno de los botes que hicieron parte del Mariel.

Arenas lo escribió en su biografía, Antes que anochezca. La tituló así porque recordaba el momento del día que tenía para escribir sus poemas y novelas, escondido en el Parque Lenin de La Habana, Cuba. Se escondía en las copas de los árboles de los organismos de seguridad de la dictadura de Fidel Castro que lo perseguía por ser homosexual y por pensar diferente, dos crímenes inadmisibles en el totalitarismo cubano que lo llevaron a la prisión medieval de “El morro”.

En su vida en el exilio forzado, viajando por Europa y América, descubrió a una “fauna de comunistas de lujo” que hacía parte de lo que él calificó como una “izquierda esquiva y fascista”. Así se refería a todos esos personajes que tapaban la miseria y la falta de libertad del pueblo cubano con el manto triunfalista de los logros ficticios de la revolución. Esta era una revolución comunista a la que apoyaban, promovían y trataban de imponer a la fuerza en otros países a través de acciones propias del Fascismo. Pero de manera esquiva, solapada, en la sombra, actuando a través de los más fáciles de manipular e instrumentalizar. Todo eso mientras disfrutan de las mieles de la riqueza, de los lujos y de las libertades propias de las democracias liberales en las que viven.

Por ejemplo, Arenas cuenta que se encontraba en un banquete ofrecido en la Universidad de Harvard y su vecino de mesa era un profesor de origen alemán que le habló de su admiración por Fidel Castro y su revolución, a lo que Arenas le respondió que, para ser coherente con su discurso, no debería seguir comiendo ese plato de comida, y que, en Cuba, solo se lo podían comer los altos jerarcas de la dictadura. Acto seguido, tiró el plato del profesor al piso.

Reinaldo Arenas se refirió a dos temas que han permanecido en el tiempo y que cobran mayor relevancia con las marchas que se han venido desarrollando en algunos países del mundo durante el último año. “Gritar” sigue siendo un lujo que solamente es posible para los que viven en los lugares más ricos, libres y democráticos del mundo. También se expandió sobre la existencia de una “izquierda fascista y esquiva” que se resiste a desaparecer a pesar de su discurso antidemocrático y anticapitalista, y de su método violento, por demás anacrónico para las primeras décadas del siglo XXI.

Los grandes cambios que ha tenido la sociedad desde el siglo XVIII empezaron con la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano y fueron seguidos por la abolición de la esclavitud, el otorgamiento de libertades económicas, la dignificación de las condiciones laborales, la igualdad en los derechos civiles y laborales de las mujeres, el final del apartheid, el respeto y protección a las minorías étnicas, el respeto a la diversidad sexual o la institucionalización del derecho a la protesta social (entre muchos otros grandes cambios). Solo se han podido dar al interior de los regímenes democráticos.

Esos cambios no se dieron al interior de las dictaduras comunistas que, en algunos casos, aún viven en las mismas condiciones sociales que vivía la humanidad antes del siglo XIX. Gritar y expresar el inconformismo con el sistema, dejó de ser una opción en una dictadura que reprime, apresa o masacra a cualquiera que quiera alzar su voz de protesta contra la ausencia total de derechos, libertades o condiciones de vida digna. La permanencia del dictador en el poder, al que se aferra de manera vitalicia y hereditaria (para que nunca descubran las atrocidades cometidas por él), depende de la ausencia total de la protesta social.

Benito Mussolini dirigió la Marcha sobre Roma en octubre de 1922 acompañado por un grupo de personas que no superaba al 1% de la población total de Italia en ese momento. Esa minoría vestida de negro, portando banderas negras y organizada en squadristi, amedrentaba a todos los que pensaban diferente a ellos con actos violentos como pedreas, golpizas, incendios, pillaje de bienes y daños a la infraestructura civil. Lograron amedrentar hasta al Rey Víctor Manuel III, que no fue capaz de dar la orden al ejército italiano para controlar los desmanes y destrozos que estaban causando los “camisas negras”. Mussolini se tomó el poder de Italia, sin ningún tipo de resistencia, usando al miedo como su único argumento.

Mussolini marcó un hito, y su método, se convirtió en un modelo a seguir para las minorías que querían llegar al poder pero que, por su condición (de minoría), no le alcanzaba para hacerlo a través del sufragio universal en un régimen democrático. De hecho, Adolfo Hitler trató de replicar la fórmula de Mussolini al año siguiente en el Putsch de Múnich pero contrario a los cálculos de los nazis, sus actos violentos, los incendios, las pedreas y el secuestro de unos funcionarios públicos, fueron repelidos por las fuerzas del orden de la República de Weimar. Hitler y sus secuaces fueron encarcelados por sus actos criminales.

La gran enseñanza que dejó el éxito de la Marcha sobre Roma y el fracaso del putsch

de Múnich es que no puede existir institución legítima alguna que se oponga a los actos violentos utilizados para infundir miedo entre la población. Eso explica la obsesión de la izquierda con que no exista la Policía, Ejército o que no se le permita el porte de armas a los civiles.

Las tres intentonas golpistas de la izquierda en Colombia por el método express o del fast track fascista (9 de abril de 1948, 6 de noviembre de 1985 y 21 de noviembre del 2019) estuvieron antecedidas o seguidas por cuestionamientos y ataques directos contra las instituciones encargadas de mantener el orden público. Posterior al “Bogotazo”, por ejemplo, se exigió la renuncia del Presidente Ospina Pérez por haber usado a la fuerza pública para tratar de contener los desmanes, el saqueo y la destrucción de los medios de transporte y la infraestructura civil. Después de la Toma del Palacio de Justicia por parte del grupo terrorista M-19 y el Cartel de Medellín, se satanizó y persiguió a los encargados de la retoma del Palacio. Y en época más reciente, en el mes de noviembre del año pasado, algunos estudiantes de pregrado exigieron acabar con el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) de la Policía Nacional de Colombia.

Paradójicamente, los regímenes totalitarios sí usan a discreción a las Fuerzas Armadas para repeler la protesta social real. Aunque algunos dictadores, para esquivar comentarios incómodos de periodistas fuera de la nómina del régimen o de alguna ONG que no financien, usan a temibles aparatos de represión y muerte, como los colectivos chavistas en la dictadura de Nicolás Maduro. Eso mismo hizo François Duvalier con los sanguinarios Tonton Macoute. O Pol Pot con el temido Khmer Rouge, por ejemplo.

Llama la atención que la ola de “protestas sociales” se dé, justamente, en las democracias con los mejores indicadores sociales y la mayor cantidad de garantías para el ejercicio de los derechos y libertades. Lo que explicaría los motivos disimiles y hasta sofisticados por los que son convocadas las marchas. Por lo tanto, lo que está sucediendo en el mundo democrático, libre y próspero, no se trata de protestas sociales.

Se trata de actos terroristas protagonizados por mercenarios (como lo prueba la presencia de agentes cubanos y venezolanos en Ecuador, Chile, Bolivia, Colombia y Estados Unidos) y por grupúsculos de jóvenes instrumentalizados fácilmente por su ignorancia y poca experiencia, vestidos de negro y portando banderas negras en abierta alusión a la simbología del movimiento fascista de Benito Mussolini. Utilizan el método violento del fascismo para crear miedo y zozobra entre la población civil y poder forzar así, la llegada de un gobierno de transición previo a la implantación de una dictadura comunista.

A los 30 años de la muerte de Reinaldo Arenas, ia Izquierda en el mundo cae en caída libre. Por su ideología trasnochada del siglo antepasado, por la tragedia humana que el comunismo llevó a países otrora prósperos como Venezuela, por la descomposición social que causa en países como España de la mano del partido comunista Podemos y por la financiación de los partidos de izquierda con dineros provenientes de las economías ilegales, lo que perpetua su condición de minoría.

La izquierda que alguna vez Reinaldo Arenas calificó de “fascista y esquiva” hoy se esconde bajo el rótulo de la “protesta social”, que se usa como justificación para realizar desmanes y actos violentos. Estos son actos de abierta provocación y desafío a las autoridades legítimas que, al tratar de evitarlos, son tildados de asesinos y de “fachos” por estar, según ellos, constriñendo el sagrado derecho de ejercer la protesta social. Descalificar, acusar y hacer desaparecer el accionar de la fuerza pública es el primer paso para asegurar el éxito de la versión contemporánea de la fascista marcha sobre Roma.

* Andrés Villota Gómez es consultor en temas de inversión responsable y sostenible, y es excorredor de bolsa con más de 20 años de experiencia en el mercado bursátil colombiano.

T. de PanAm Post 

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